¿Qué es Gracia para un Mormón?

Por James Faulconer

Una de las escrituras de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (“la Iglesia Mormona”) es el Libro de Mormón, del cual se deriva el nombre por el que más nos conocen. En ese libro de escritura se nos enseña “Por tanto, mis amados hermanos, reconciliaos con la voluntad de Dios, y no con la voluntad del diablo y la carne; y recordad, después de haberos reconciliado con Dios, que tan sólo en la gracia de Dios, y por ella, sois salvos” (2 Nefi 10:24). El mismo escritor espiritual, más tarde, dice más brevemente: “Sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23).

Al igual que otros cristianos, los mormones creen que la gracia es central en el mensaje cristiano. De hecho, el Libro de Mormón enseña la necesidad de la gracia más a menudo y más abiertamente que el Nuevo Testamento (también aceptada como escritura por los mormones).

La gracia, el don gratuito de Jesucristo, asegura incondicionalmente a todos los seres humanos que serán redimidos de los efectos de la Caída: resucitarán. Sin embargo, si hemos de recibir la libertad del pecado personal que Cristo ofrece en gracia, debemos arrepentirnos de aquellos pecados con un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Debemos reconciliarnos con la voluntad de Dios. Como el Libro de Mormón dice, “Se ofrece a sí mismo como sacrificio por el pecado, para responder a los extremos de la ley, hasta todos los que tienen un corazón y un espíritu contrito” (2 Nefi 2:7). Esta es una gracia, un don, que se ofrece a cada ser humano, si él o ella lo recibe.

¿Y qué se necesita para recibir ese don? Que estemos reconciliados con la voluntad del Señor por medio del arrepentimiento y sumisión a Su voluntad: “Y él manda a todos los hombres que se arrepientan y se bauticen en su nombre, teniendo perfecta fe en el Santo de Israel, o no pueden ser salvos en el reino de Dios” (2 Nefi 9:23). Encontramos un entendimiento similar en el Nuevo Testamento, donde Pedro le dice a aquellos que están escuchando su prédica en el día de Pentecostés: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). Debemos ejercitar la fe y aceptaremos la gracia que Cristo ofrece mediante Su Expiación, llámese reconciliación con Dios. Debemos reconciliar nuestra voluntad a la Suya, en obediencia a sus mandamientos y mediante las ordenanzas (los sacramentos) de la Iglesia.

De ese modo, con otros cristianos, los mormones creen que cada persona debe “nacer de nuevo”. Sin embargo, el nacer de nuevo es el principio de vida en Cristo, no su cumplimiento, exactamente igual como el nacimiento terrenal es el principio de nuestra vida, no su cumplimiento. La persona que ha recibido nueva vida mediante la Expiación de Jesucristo debe continuar en la vida que a él o ella le ha sido dada, y continuar en esa vida significa hacer eso que Cristo espera de nosotros. “Si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia” (Romanos 6:16). Si nos hemos reconciliado con el Padre mediante la Expiación de Cristo, entonces nos volveremos sus siervos. Como él, obedeceremos la voluntad del Padre, al seguir viviendo la clase de vida que Él manda.

No podemos ser salvos sin fe, fe en Jesucristo y confianza en Su gracia, y una vez que hayamos entrado en esa gracia mediante nuestra fe, debemos continuar en ella. Debemos perseverar hasta el fin. Como el Nuevo Testamento enseña: “La fe sin obras es muerta” (Santiago 1:20). En otras palabras, el profesar fe sin mostrar esa fe en obras no es tener fe. El Libro de Mormón nos insta a vivir una vida llena de fe: “Debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres”. Y el versículo continúa diciéndonos que les sucede a aquellos que viven una vida llena de fe: “Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna” (2 Nefi 31:20).

El apóstol Pablo ha descrito nuestra relación con el Padre en términos de adopción (Romanos 1:17): Aquellos que obtengan el Espíritu Santo son adoptados en la familia de Dios. Con Cristo, ellos llegan a ser los hijos e hijas de Dios. Empezamos nuestra reconciliación como siervos de Dios, reconociéndolo como nuestro Señor y haciendo lo que Él manda. Sin embargo, terminamos convirtiéndonos en Sus hijos. Tanto los siervos como los hijos obedecen, los primeros porque deben hacerlo, los segundos porque aman. Desobedecer es rechazar el Señorío de Jesús y la Paternidad del Padre, por tanto, la salvación requiere nuestra obediencia, no porque significa que gana para nosotros algo más que lo que Cristo ha ofrecido en su gracia, sino porque significa quiénes somos. La gracia no es incompatible con las obras. En lugar de ello, las obras son requeridas por la gracia.

Ninguna bendición eterna está disponible para los seres humanos excepto mediante la gracia de Jesucristo, por la cual seremos resucitados y mediante la cual podemos recibir perdón y salvación. La obediencia no es obra que hacemos para ganar una recompensa. Es parte de la forma en que recibimos y aceptamos el perdón y la salvación. Es la forma en que continuamos viviendo en la gracia de Cristo al imitarlo, al someter nuestra voluntad al Padre como Sus hijos, como miembros de Su familia. Es así como continuamos estando reconciliados con Él.

Lectura adicional:

Libro de Mormón, 2 Nefi 9:6-13.
Bruce C. Hafen, “Grace,”
Encyclopedia of Mormonism, pages 560-563 (Bruce C. Hafen, “Gracia”, Enciclopedia del Mormonismo-en inglés, páginas 560-563)


Fuente:www.mormonismo.net

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